Elfos entre nosotros. (Calendario de adviento: día 4)

el

Juan tiene un secreto. Uno muy importante, que como todos los secretos no le puede contar a nadie. O no debería hacerlo. Pero Juan cree que debería contárselo a Lucía, su compañera de pupitre. Lucía es la niña más triste que ha conocido nunca. Acaba de llegar al colegio, y la señorita les pidió que fueran buenos con ella, que acababa de llegar a la ciudad y que necesitaría amigos y mucho cariño. Bueno, pensó Juan, eso es fácil y se me da bien. Así que le pidió a la profesora que Lucía fuera su compañera. La profesora sonrió, Juan era así, todo corazón, algo que a la recién llegada le iría bien. 

 

Lucía no tiene secretos, solo tristeza, mucha, toda. Acaba de llegar a una ciudad nueva, grande, gris y fea dónde no conoce a nadie. Ni siquiera a esos parientes con los que ahora vive. Ha perdido a su abuela, la persona que la ha cuidado desde siempre. También ha perdido su casa y a sus amigos, que se han quedado en el pequeño pueblo, alegre y bonito en el que vivían. Lucía no entiende porque tiene que dejar todo atrás, todo lo que ama para vivir con dos extraños que no conoce y que dicen ser sus tíos. ¿Dónde estaban cuando la abuela estaba enferma? Pero nadie tenía en cuenta a una cría de 7 años, así que tuvo que meter su vida en una maleta y dejar atrás todo lo que había conocido.

 

Juan llega cada mañana a clase con una  sonrisa para regalarle a su compañera. Una o las que hagan falta, porque si algo le sobra son sonrisas. Así que no le importa que ella sólo le salude con un tímido «buenos días» apenas susurrado, él le sigue sonriendo cada mañana. Su mamá le dice que si sigue así cada día, poco a poco Lucía empezará a recuperarse. Pero que tiene que ser muy paciente. Bueno, otra cosa que a Juan le sobra es paciencia. Además, cada día cuando salen a jugar al patio, aunque se muere por ir con sus amigos a jugar al tobogán o a los columpios, se queda al lado de Lucía. Le habla de los libros o las películas que le gustan, o de lo que ha hecho el fin de semana. Ella no habla apenas, pero le escucha todas sus historias. Parece que le gustan, por lo menos no le ha pedido que se calle y la deje sola. Así cada mañana, a Juan se le empiezan a acabar las historias reales, así que empieza a inventarlas, como cuando la profesora les pide que escriban una redacción algo que antes no le gustaba demasiado, ahora y gracias a Lucía se está convirtiendo en todo un experto cuenta cuentos. 

 

A Lucía no le gusta vivir en la ciudad, ni estar con sus tíos que viven demasiado ocupados para ocuparse de ella. Aunque tiene más cosas de las que ha tenido siempre, no tiene a nadie para jugar con ellas. Por eso espera cada mañana el momento de volver al colegio y sentarse junto a Juan, el niño más sonriente y hablador que ha conocido nunca. Esas sonrisas de cada mañana le hacen sonreír por dentro. Y le encantan sus divertidas historias. Sobre todo las últimas que le ha contado, se ve a la legua que se las ha inventado, pero le gustan. Le recuerdan a la niña que fue un día, cuando su abuela vivía y era feliz. Pero por alguna extraña razón recordar eso no le hace llorar cuando está junto a ese extraño niño de orejas algo picudas y sonrisa permanente. 

El tiempo va pasando y sin darse cuenta ha llegado Navidad. Juan duda si contarle a Lucía su secreto, ese que sus padres le hicieron prometer que no develaría nunca, pero Lucía no es como los demás niños. Y cree que quizás la ayudara a superar tanta tristeza. Juan duda, no sabe qué hacer. Pero si decide contarlo tiene que ser ya, pues es el último día de clase antes de las vacaciones. Con lo mucho que le gustan las vacaciones de Navidad, y este año no quisiera que llegaran. Imagina lo tristes que serán para Lucía. Por eso quiere contarle su secreto. Sí, se lo contará y que pase lo que tenga que pasar. Si ayuda a su amiga, no le importan las consecuencias, afrontará el castigo que tengan a bien imponerle.

Lucía se siente más triste que nunca esa mañana. Llegan las vacaciones de navidad y no volverá al colegio hasta después del día de Reyes. No verá a su amigo Juan, estará sola en una casa grande y fría. Esta mañana sólo quiere llorar. Sólo desea hacer la maleta y volver a su hogar, allá en el pueblo pequeño. Seguro que ya han llegado las nevadas y sus amigos estarán lanzándose en trineos improvisados por las colinas. ¡Ojalá no hubiera vacaciones escolares este año!

Esa mañana Juan encuentra a su amiga llorando desconsoladamente. Tanto que hasta se le empaña la sonrisa y empieza a llorar también no sabe muy bien por qué. Y por primera vez desde que Lucía llego a clase, es ella la que empieza a hablarle. Le habla de todos los lugares que ama, de lo mucho que echa de menos a los amigos que dejó atrás pero sobre todo a su abuela. De lo sola y perdida que se siente en la ciudad. De sus tíos tan ocupados y estresados siempre. De lo mucho que le echará de menos a él en vacaciones. Y Juan le explica su secreto. Le hace prometer que no lo revelará nunca. Y por fin le confiesa la verdad. Sus padres son elfos de San Nicolás, y por lo tanto, él también lo es. No todos viven en el polo norte, hay muchos que viven entre los humanos, como sus padres. Y son muchos más de los que la gente se piensa. Le enseña una foto de su familia, tomada la navidad pasada en ¡¡¡el polo norte!!!

Lucía no sabe que pensar de la historia que le acaba de contar su amigo. Pero lo cierto es que sus orejas son un poco raras y su sonrisa perpetua no es muy de este mundo en el que todos van metidos en sus vidas sin preocuparse de los demás. Pero le ha invitado a pasar las navidades con su familia y eso es más de lo que podría desear. Así que acepta encantada, de sobras sabe que sus tíos no la echaran de menos estos días.

Cuando Juan llega a casa y explica a sus padres que tendrán una invitada a pasar las vacaciones con ellos, sus padres no saben si regañarlo por tomar decisiones sin su aprobación o comérselo a besos por su buen corazón. Pero las cosas hay que hacerlas bien, y su mamá llama a los tíos de Lucía para hacer oficial la invitación. Invitación que, por supuesto aceptan encantados, pues les quita una preocupación de encima, no sabían qué hacer con la niña mientras ellos estaban en sus importantes y exigentes trabajos.

Lucía es feliz mientras prepara la maleta aunque Juan le ha dicho que no necesita llevar nada, que allá dónde van hay de todo lo que pueda desear. Pero hay cosas que siempre irán con ella a donde quiera que vaya. Cosas como su viejo álbum de fotos, retazos de felicidad de su vida pasada. También su cámara de fotos, pues quiere guardar todas sus nuevas aventuras. Sobre la cama está la ropa que le dieron los padres de Juan para el viaje. Un vestido verde y blanco y un gorro de elfo. Y pensó que el color verde siempre le había sentado bien, era el favorito de la abuela… ¿podría ser que ella también fuera una de ellos? Ahora que lo pensaba, sus orejas eran algo especiales, siempre las llevaba tapadas. Y su sonrisa era tan parecida a la de Juan, que fue lo que más le  gustó de su compañero de pupitre cuando lo conoció. Sí, está claro… ¡¡¡hay elfos entre nosotros!!!

Jengibre.

Barcelona, 4 de diciembre de 2020.

Deja un comentario